La vida sin lavadoras. Historia de las sufridas lavanderas

12 Jun 2018 | Limpieza del hogar

Cierto es que a principios del siglo XIX ya se podían ver las primeras lavadoras aunque en domicilios de familias con recursos. Se trataba de “armatostes”de madera donde se ponía agua, la ropa y con una manivela se giraba hasta que se consideraba que las prendas podían estar listas.

Cierto es también que antes de que se inventaran las lavadoras el lavado de ropa se hacía una vez cada veinte días como, mucho ya que eran las mujeres las que se encargaban de asear la ropa de toda la familia. Claro que si te lo podías permitir podías acudir a las “lavanderas” para evitarte esta labor doméstica tan dura como ingrata.

Hoy queremos hacer un homenaje a estas mujeres que día a día se dejaban la espalda para lavar “los trapos sucios” de otros.  Queremos compartir el significado de los lavaderos como espacios de trabajo y relación social de las mujeres.

Trabajo duro y confidencias

Y es que hay que ponerse en situación. Estas lavanderas se levantaban antes de que amaneciera y, hiciera frío o calor, salían hasta el río o arroyo bien cargadas de ropa sucia sobre sus cabezas en grandes cestos de mimbre o en hatillos de tela que cargaban como podían.

Ni que decir tiene que el jabón también lo elaboraban ellas a partir del aceite y la grasa sobrantes de la cocina

En este trayecto hacían el “calentamiento” para cuando empezara el verdadero “ejercicio” estuvieran más que en forma: se arrodillaban sobre una piedra o madera a orillas del agua, mojaban la ropa, enjabonaban y la golpeaban con un mazo sobre una piedra. ¡La tarea se las traía! Después restregaban bien las prendas con ceniza para quitarle las manchas que se resistían.

Una vez soleada, de vuelta a enjabonar, restregar y por último darles varios enjuagados y volverlas a esparcir sobre la hierba para su secado. Era un trabajo que desde luego las ocupaba todo el día hasta que caía la tarde y emprendían la vuelta (en muchas ocasiones con la ropa mojada ya que no siempre podían traerse las prendas secas).

¿Te imaginas hacer esto todos los días? Pues imagina bien ya que estas “lavanderas” de oficio tenían que llevar un jornal a sus casas. Los tiempos estaban muy “achuchados” y había que hacer muchos sacrificios…En este caso, estas mujeres sufrían las consecuencias en sus cuerpos de las inclemencias del tiempo, de la humedad, de trabajar agachadas apoyadas sobre una piedra, en fín…un trabajo muy duro y muy sacrificado.

Aunque resulte difícil creerlo, estos espacios de trabajo de las mujeres suponía libertad, eran espacios donde no había hombres. De alguna manera allí se expresaban, cantaban, compartían y hasta se divertían. Hacían una especie de terapia colectiva en la que criticaban el mundo para lo cual ellas lavaban: la Iglesia, los señores…

De cuando en cuando algunos galanes solían acercarse al lugar de lavado para agasajar a las lavanderas casaderas. Entraban en conversación y algunos las ayudaban a cargar con la ropa limpia a la vuelta.

Ya en la segunda mitad del siglo XX las lavadoras se fueron introduciendo en la mayoría de los hogares, pasando a segundo plano el lavar en las pilas, y con ello, la dura tarea del lavado y el sacrificado oficio de las lavanderas.

Años y años de estar arrodilladas en la tajuela, restregando contra el lavadero o la piedra plana  la ropa enjabonada: la mayoría tenía encorvada la espina dorsal, muchas padecían varices y reúma y el riesgo real de contraer otras enfermedades como el paludismo. Agua helada en invierno y un calor de justicia en verano.

La vida sin lavadoras. Historia de las sufridas lavanderas

11 Abr 2017 | BLOG, Limpieza del hogar

Cierto es que a principios del siglo XIX ya se podían ver las primeras lavadoras aunque en domicilios de familias con recursos. Se trataba de “armatostes”de madera donde se ponía agua, la ropa y con una manivela se giraba hasta que se consideraba que las prendas podían estar listas.

Cierto es también que antes de que se inventaran las lavadoras el lavado de ropa se hacía una vez cada veinte días como, mucho ya que eran las mujeres las que se encargaban de asear la ropa de toda la familia. Claro que si te lo podías permitir podías acudir a las “lavanderas” para evitarte esta labor doméstica tan dura como ingrata.

Hoy queremos hacer un homenaje a estas mujeres que día a día se dejaban la espalda para lavar “los trapos sucios” de otros.  Queremos compartir el significado de los lavaderos como espacios de trabajo y relación social de las mujeres.

Trabajo duro y confidencias

Y es que hay que ponerse en situación. Estas lavanderas se levantaban antes de que amaneciera y, hiciera frío o calor, salían hasta el río o arroyo bien cargadas de ropa sucia sobre sus cabezas en grandes cestos de mimbre o en hatillos de tela que cargaban como podían.

Ni que decir tiene que el jabón también lo elaboraban ellas a partir del aceite y la grasa sobrantes de la cocina

En este trayecto hacían el “calentamiento” para cuando empezara el verdadero “ejercicio” estuvieran más que en forma: se arrodillaban sobre una piedra o madera a orillas del agua, mojaban la ropa, enjabonaban y la golpeaban con un mazo sobre una piedra. ¡La tarea se las traía! Después restregaban bien las prendas con ceniza para quitarle las manchas que se resistían.

Una vez soleada, de vuelta a enjabonar, restregar y por último darles varios enjuagados y volverlas a esparcir sobre la hierba para su secado. Era un trabajo que desde luego las ocupaba todo el día hasta que caía la tarde y emprendían la vuelta (en muchas ocasiones con la ropa mojada ya que no siempre podían traerse las prendas secas).

¿Te imaginas hacer esto todos los días? Pues imagina bien ya que estas “lavanderas” de oficio tenían que llevar un jornal a sus casas. Los tiempos estaban muy “achuchados” y había que hacer muchos sacrificios…En este caso, estas mujeres sufrían las consecuencias en sus cuerpos de las inclemencias del tiempo, de la humedad, de trabajar agachadas apoyadas sobre una piedra, en fín…un trabajo muy duro y muy sacrificado.

Aunque resulte difícil creerlo, estos espacios de trabajo de las mujeres suponía libertad, eran espacios donde no había hombres. De alguna manera allí se expresaban, cantaban, compartían y hasta se divertían. Hacían una especie de terapia colectiva en la que criticaban el mundo para lo cual ellas lavaban: la Iglesia, los señores…

De cuando en cuando algunos galanes solían acercarse al lugar de lavado para agasajar a las lavanderas casaderas. Entraban en conversación y algunos las ayudaban a cargar con la ropa limpia a la vuelta.

Ya en la segunda mitad del siglo XX las lavadoras se fueron introduciendo en la mayoría de los hogares, pasando a segundo plano el lavar en las pilas, y con ello, la dura tarea del lavado y el sacrificado oficio de las lavanderas.

Años y años de estar arrodilladas en la tajuela, restregando contra el lavadero o la piedra plana  la ropa enjabonada: la mayoría tenía encorvada la espina dorsal, muchas padecían varices y reúma y el riesgo real de contraer otras enfermedades como el paludismo. Agua helada en invierno y un calor de justicia en verano.